Si el culto moderno a la velocidad consagr\363 la t\351cnica como adelantada de un promisorio porvenir y alumbr\363 la primera vanguardia, el futurismo, el nuevo siglo parece habernos sumido en un desalentador presentismo, un presente embriagado de presente incapaz de anticipar el ma\361ana. La expansi\363n del consumo, con sus ritmos cada vez m\341s acelerados de producci\363n y obsolescencia, y la revoluci\363n digital, con sus redes de conexi\363n instant\341nea y su frenes\355 de demandas, han comprimido la experiencia en un tiempo devorador, un tiempo sin tiempo. No sorprende que la escasez de tiempo est\351 en el centro de la colonizaci\363n maqu\355nica de la vida cotidiana en la era digital, y en las crecientes alertas de cient\355ficos y pensadores sobre los cataclismos ambientales que el hombre mismo ha desatado y que amenazan su supervivencia en el planeta. Pero el arte y la literatura no se resignan. Quieren salir de la monocron\355a obligada, desvelarla, transformar el tiempo perdido del consumo disciplinado en experiencia est\351tica del tiempo recuperado. Contra la ficci\363n global del tiempo \372nico y la historia del arte lineal, tambi\351n los relatos cr\355ticos que hoy las convocan quieren recuperar el espesor caleidosc\363pico del presente y la soberan\355a de lo anacr\363nico.