Fito tiene sida. Lo cant\363 \351l mismo cuando se terminaron los a\361os 80. Es un portador sano de todo lo que contagia (en las fronteras) cada \351poca. Fito pone el cuerpo. Escribe el diario de un viaje: las mil y una idas y vueltas entre hoteles, casas, palacios, aeropuertos, arrabales y desierto. Es uno de los \372ltimos mohicanos que hace su ritual en la monta\361a.\012\012Puso las canciones en tu walkman, hoy en tu spotify. Y ahora pone en tus manos un diario para repasar entre sus colchas revueltas ciertas filiaciones hist\363ricas. Porque Fito hierve de malestar en la cultura. Hay algo que no le cierra, una fractura que es necesario reponer y que en \351l toma la forma de una risa negra. As\355, entre anotaciones, obsesiones, recuerdos y sociolog\355a fina de calle, nos va descubriendo en su escritura espl\351ndida el montaje de un a\361o de su vida, repleto de tensiones pol\355ticas y personales.